No es apresurado afirmar que Beethoven pasó al menos 14 años enamorado de Joséphine von Brunswick, desde que la tuvo como alumna, alrededor de 1798, hasta el año en que se supone está fechada la carta a la amada inmortal, 1812 –según los estudiosos. Esto no quiere decir que no intentara desplegar sus dotes amatorias en otra parte y, ciertamente, no se pueden desconocer los tanteos con Bettina Brentano, Therése Malfatti y otras chicas de la época.
Ahora bien, Joséphine, viuda y con cuatro hijos, se volvió a casar, en 1808. ¿Un agravio al pobre Ludwig? ¿Un abandono definitivo? No. No necesariamente. Josephine estaba obligada a buscar seguridad para sus hijos y creyó encontrarla en un tal conde von Stackelberg, muy probablemente animada con ese solo objetivo pues si de felicidad hablamos, este matrimonio –que sumó tres hijos más a la descendencia de Josephine– resultó peor que el anterior.
Y tal vez por eso Beethoven haya mantenido por tantos años encendida la esperanza, si bien Thérese y su otra hermana se encargaban de contener su ilusión en un marco juicioso, frío y realista, debido a su origen de clase.
Joséphine von Brunswick |
La carta, en su segundo y tercer trozo, trasluce una relación amorosa complejísima y plagada de enormes dificultades para su materialización. Tal vez ello sea suficiente para colegir que efectivamente la Carta a la Amada Inmortal –que curiosamente nunca fue enviada– está dirigida a Josephine von Brunswick, viuda de von Deym, separada de von Stackelberg y madre de siete hijos, para mayor abundancia.
Extractos:
"6 de julio, lunes, por la tarde
¡Estás sufriendo, queridísima mía! Acabo de darme cuenta de que estas cartas deben darse al correo muy temprano. Los lunes y los jueves son los únicos días en los que el carruaje del correo va desde aquí hasta K. ¡Estás sufriendo tanto! [...]
Lloro al pensar que sólo el sábado, con suerte, recibirás mis primeras palabras. Por mucho que tú me ames, mi amor por ti es más ardiente, pero que ello no haya de alejarte de mí. [...]
¡Buenas noches! ... ¡Tan cerca! ¡Tan lejos! ¿No es nuestro amor una estructura realmente celeste, firme como la cúpula del cielo?"
"Buenos días, en la mañana del 7 de julio
Antes de levantarme mis pensamientos volaron hacia ti, inmortal bienamada; en ciertos momentos eran dulces, en otros dolorosos... confiando en que los hados nos escuchen. No puedo seguir viviendo permanentemente sin ti... he decidido recorrer la distancia que nos separa para volar a tus brazos...
[...] Debes tenerme afecto, más aún sabiendo cuán grande es mi amor hacia ti. ¡Nunca podrá otra mujer poseer mi corazón, nunca, nunca!
...La vida que llevo en Viena es miserable. Tu amor me hace el más feliz y al mismo tiempo el más infeliz de los hombres... [...] ¡Sé sencilla! ¡Ámame! ¡Ámame hoy, ámame ayer! ¡Después de ti, de ti, de ti, mi vida, todo mi ser vive un anhelo cargado de lágrimas! Adiós... nunca dudes de que haya un corazón más fiel al tuyo que el mío.
Tu bienamado, Ludwig
Siempre tuyo. Siempre mía. Siempre el uno del otro."
Casi dan ganas de llorar. Y no podemos sino preguntamos, al igual que Thérese, en su diario:
"¿Por qué mi hermana no se casó con él cuando era viuda von Deym? ...Habían nacido el uno para el otro."
Therese von Brunswick, a los 24 años |
Es en plena batalla por este amor esquivo, en 1804, cuando Beethoven compone la sonata Appassionata, que dedica al hermano de Josephine, y cuyo tercer movimiento y final escuchamos ahora. De naturaleza agitada, trasunta una suerte de desasosiego que parece no terminar nunca y que, según algunos, llega a "quitar el aliento". Por esto mismo, me encanta la expresión del maestro Arrau después de su performance mientras recibe los aplausos. Parece un niño que acabara de recitar un par de versos en su escuelita.
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