El niño prodigio catalán Isaac Manuel Francisco Albéniz nació en 1860 en una ciudad de la provincia de Gerona, España. Cuando contaba con solo cuatro años, tuvo lugar su primera presentación pública al piano, presentando un programa de gran dificultad y que le valió un éxito clamoroso, al extremo de que se sospechó engaño de parte de los organizadores y hasta circularon rumores de que entre bastidores había un pianista que doblaba la interpretación del niño.
Pero no, era el niño quien efectivamente tocaba el piano. Como señaló un crítico, se trataba de "el nuevo Mozart vuelto a la tierra". No era una opinión tan alejada de la realidad pues este nuevo Mozart también contó con un padre ambicioso que no cejó en sus intentos por explotar sus extraordinarias dotes para la música, instándolo a "componer" cuanto antes, con el feliz resultado de una Marcha militar, a cuya partitura impresa el padre solicitó se agregara: "compuesta por el niño de ocho años Isaac Albéniz".
Isaac Albéniz, alrededor de 1872 |
Volvió al Conservatorio pero al poco tiempo se marchó a Andalucía, donde aumentó su serie triunfal de actuaciones. Encontrándose en Cádiz, poco después, decidió embarcarse como polizón en un barco que partía rumbo a Puerto Rico. No tenía pasaje pero había un piano a bordo. Gracias a él, pudo pagar su pasaje y llegar a tierras americanas. El niño prodigio del piano y de las aventuras tenía entonces doce años.
Asturias, leyenda
Es una de las piezas que integran la suite para piano solo Suite española, compuesta alrededor de 1886. Originalmente, la suite constaba de cuatro partes. Un editor agregó otras cuatro después de la muerte del compositor (1909), entre ellas un preludio que correspondía a otra suite y le llamó Asturias, leyenda.
Esta pieza debe ser una de las escasas obras que transcritas para otro instrumento adquieren otra dimensión y resultan más bellas que la versión original. A tal punto es así que Asturias es interpretada con mucho mayor frecuencia en su transcripción para guitarra antes que en la original para piano, que siempre resulta un poco ruda, debido, no está demás decirlo, a la dificultad que presentan los enormes saltos en el teclado.
En cambio, a la virtuosa guitarrista croata Ana Vidovic, en este recital en Nueva York, no se le mueve un pelo.
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