Aunque la sordera ya había comenzado a inquietarlo seriamente, Beethoven, de treinta años, entró al nuevo siglo, el diecinueve, de muy buen ánimo. Con sus problemas financieros prácticamente resueltos, pudo escribir a su amigo y médico Franz Wegeler: "Conmigo no se firman contratos, yo exijo y se me paga". Pero en la misma carta, más adelante, se sincera respecto de su salud: "en los últimos tres años, mi sentido del oído se ha debilitado progresivamente [...] mis oídos no dejan de dolerme día y noche ... llevo una vida de ermitaño".
1801, cuatro sonatas Con todo, es una época dorada, y altamente fructífera. Si solo consideramos su producción "sonatística", el año 1801 vio nacer nada menos que cuatro sonatas: la del opus 26, las dos sonatas "quasi una fantasia" del opus 27 (la popular "Claro de Luna", una de ellas) y la sonata del opus 28 en Re mayor, llamada "Pastoral" no por Beethoven sino por su editor, como era lo habitual. (Todavía faltan siete años para que aparezca la sinfonía del mismo nombre, la que en su caso, al parecer, fue titulada así por el mismo Beethoven.)
Beethoven, en 1803
Retorno a los antiguos cánones Dedicada al conde Joseph von Sonnenfels, un "illuminati" que fue amigo y patrocinador de Mozart, la pieza es recibida habitualmente con cierto desdén por parte de público e intérpretes. Con muy poca justicia, por cierto. Una endeble motivación puede que resida en su manifiesto retorno a los antiguos cánones en comparación con la suerte de liberación formal que supusieron las tres sonatas precedentes. Es que al maestro todavía le quedaba algo por decirnos en el esquema formal de cuatro movimientos de sus primeras sonatas. No siempre tenía que ser un iconoclasta. También podía mostrarse como creador de simple belleza, aquí, calma y quieta, si se exceptúa el finale, único movimiento verdaderamente "virtuoso".
Movimientos:
00 Allegro: Una nota pedal sobre la tónica Re acompañará los primeros 24 compases. Y de una forma u otra, esta figura de bajo sostenido se mantendrá durante toda la pieza. 09:36 Andante 16:05 Scherzo - Allegro vivace 18:23 Rondo - Allegro ma non troppo
En 1877, a sus 37 años, Piotr Ilich Tchaikovski ya contaba con una carrera definitivamente consolidada. Además, era popular, y las cartas de admiradores se multiplicaban. Pero no lo ponían loco: su recepción se había vuelto un hecho casi cotidiano. En marzo de ese año, el genial compositor ruso recibió una más: en una calurosa esquela, una desconocida le confesaba la profunda admiración que tenía por su obra. Era lo habitual. Pero la desconocida siguió escribiendo, cada vez más apasionadamente.
Piotr Ilich, de naturaleza sensible, con tendencia a la depresión y sujeto de crisis nerviosas recurrentes, no se animaba a contactarse con aquella desconocida. Y no se trataba de temor a las habladurías pues la sociedad moscovita en la que se desenvolvía por esos años hacía rato que comentaba sotto voce, a veces ácidamente, algunas conductas del maestro que consideraba escandalosas. El autor que ese mismo año iba a regalar a la burguesía y aristocracia rusas el ballet más popular de la historia, El Lago de los Cisnes, estaba a un paso de ver su virilidad derechamente cuestionada.
Y quizá por eso mismo, finalmente, dio el mal paso. Piotr Ilich terminó conociendo a Antonina Milyukova, que resultó ser una joven mujer de 28 años, medianamente educada y de facciones agradables y sonrisa fácil. Piotr Ilich dio entonces el otro paso, el definitivo. Apenas cuatro meses después de recibida la primera carta de su admiradora desconocida, Antonina y Piotr Ilich contrajeron matrimonio. El compositor tomó a Antonina como esposa, y a la vez, como muro de contención contra el avance de los rumores que alentaban la sospecha de una inclinación sexual impropia.
El resultado fue desastroso. Durante dos interminables meses, Piotr Ilich no fue capaz de acercarse al lecho conyugal. No tuvo fuerzas para ello y el matrimonio se acabó ahí mismo. Decidieron separarse, sin rencores. El compositor cayó en una depresión de tal magnitud que estuvo a punto de llevarlo al suicidio. Antonina, por su parte, volvió a enviar cartas a otras celebridades a las que les mentía, como a Piotr Ilich, sobre su origen noble, y de quienes terminaba siempre enamorándose. Antonina también tenía lo suyo y terminó sus días en un asilo para enfermos mentales.
Concierto para violín - Película "Le Concert"
El concierto para violín de Piotr Ilich Tchaikovski fue compuesto en marzo del año siguiente, exactamente un año después de la primera carta de Antonina, en un balneario a orillas de un lago, en Suiza, adonde habia ido a recuperarse de la depresión. La obra, estructurada en tres movimientos, fue rechazada en principio incluso por grandes virtuosos que consideraron que presentaba dificultades insuperables para la época.
La película franco-rusa, de hace unos pocos años, El Concierto, presenta como escena final un mixture del primer y tercer movimientos, con una orquesta algo desastrosa (respondiendo a la trama) que felizmente termina por ponerse de acuerdo. Se presenta aquí la escena final. Al violín, la hermosa actriz, cantante, directora y escritora francesa, Mélanie Laurent.
El Profesor Franz Las niñas eran dos: Carolina de 13 años, y Maria, de 15. El joven profesor contaba veintiuno. Con María, las clases eran más interesantes pues mostraba un nivel más avanzado que su hermana. Sin embargo, al segundo verano, el profesor comenzó a interesarse, sentimentalmente, en Carolina que, claro está, ahora tenía catorce. Pero su proverbial timidez no le permitió ir más allá. Con todo, las cartas de la época enviadas a sus amigos en Viena. están rebosantes de optimismo: "Me encuentro perfectamente vivo y compongo como un dios [...]", escribe.
Estas cartas se suponen escritas en el castillo de Szeliz, a unos 150 km de Viena, donde Schubert pasó los veranos de 1818 y 1819, contratado como preceptor musical de las hijas del conde Johann Esterházy, primo del protector de Haydn.
Siendo profesor de dos hermanas, las composiciones —escritas como un Dios— que podían resultarle de mayor provecho inmediato, eran, desde luego, las piezas a cuatro manos. Así que las marchas militares se habrán escuchado más de una vez en palacio, Schubert acompañando a una de las niñas o, quizá, arrellanado en un sillón, escuchando a sus alumnas con oído atento, presto a corregir, aunque con la mirada fija en Carolina.
La Marcha Militar No 1 probablemente sea una de las melodías más famosas de Franz Schubert. Conocida popularmente con el sencillo título de "marcha militar de Schubert", es la primera de la serie de Tres Marchas Militares para piano a cuatro manos publicadas en 1826, como opus 51, por Anton Diabelli en Viena.
De la Marcha No 1 (catalogada hoy como D.733, junto a las restantes dos marchas) se han hecho innumerables arreglos y versiones, y ha sido utilizada en múltiples formatos de TV, y en cine. Entre las reescrituras más serias, sobresalen por su importancia, la Gran paraphrase de concert de Liszt, y la "cita" de Stravinski en Circus Polka (ballet coreografiado para bailarinas y elefantes).
Marcada allegro vivace y escrita en la tonalidad de Re mayor, la pieza presenta la tradicional estructura ternaria A-B-A, la sección final una franca repetición de la de inicio. Se presenta aquí la version original para piano a cuatro manos, a cargo del dúo de pianistas tailandeses, Patrick Tua & Sun Thathong.
No cabe duda de que es muy difìcil imaginarse a Chopin comprometido en arrumacos con un bebé. Pero pudo haber sucedido, en Nohant, uno de los veranos que allí pasó en compañía de la Sand y sus hijos. El verano de 1844, por ejemplo, cuando, como de costumbre, la casa de verano de la prolífica escritora se abarrotó de artistas, entre poetas, pintores y músicos. Como siempre, se reanudaron los paseos y excursiones por la región, además de las veladas, luego de una jornada de gratificante trabajo, para Chopin y la Sand, y de enriquecedora contemplación, para poetas y artistas.
Ese verano, además, llegó de visita Ludwika Chopin, la hermana mayor de Frédérik, a quien éste no veía desde su partida de Varsovia, hacía 14 años. Pero hubo alguien que no pudo asistir. La cantante, pianista y compositora Pauline Viardot-García, se encontraba de gira. En su representación, dejó con ellos a su pequeña hija de tres años, al cuidado de la Sand. La bebé se convirtió en el querubín de todos, y más de un estudioso de la época especula que la pequeñuela haya podido ser la inspiración de la Berceuse en Re bemol, la canción de cuna comenzada por Chopin ese año en Nohant.
La obra, terminada en París, fue publicada al año siguiente con dedicatoria a una persona muy querida por Chopin, su pupila y admiradora Elise Gavard, quien se constituirá en un gran apoyo luego de su ruptura con George Sand, solo tres años después, en 1847, y quien estará presente ante su lecho de muerte, dos años más tarde.
Berceuse opus 57 en Re bemol mayor La breve y sencilla pieza es la única canción de cuna que compuso Chopin. Pero ella le bastó para elevar la forma a una categoría superior de arte, de la que tomaron inspiración otros compositores, Liszt entre ellos. La obra toma la forma de tema y variaciones, con una línea melódica apoyada en la armonía más simple que pueda imaginarse: tónica y dominante, un basso obstinato que recorre toda la pieza, de principio a fin, encargado a la mano izquierda. Las variaciones son 14, con una dificultad que va en aumento hasta la parte central de la pieza para luego volver a la sencillez del principio.
La versión es del excelente pianista australiano Jayson Gillham, durante su participación en Segunda Etapa en el décimosexto Concurso Internacional Chopin, en Varsovia, el año 2010.
"No tengo más ambición, en mi música (...) que hacerla clara, fácil de comprender y divertida para el público. No puedo hacer otra cosa que pequeña música, es un hecho. Me contento entonces con hacer lo que puedo, lo que sé, y estoy atento a que el público se canse de mí, para dejar de escribir."
Son palabras del autor del celebérrimo ballet Giselle, Adolphe Adam, escrupulosamente consciente de su sencilla valía, en un periódico francés, en enero de 1855.
A la retaguardia de los grandes genios musicales del siglo XIX europeo, gravitó modestamente un grupo de músicos de menor calado, los llamados "compositores menores". El compositor francés Adolphe Adam fue uno de ellos. Hijo de un pianista de cierto renombre, no destacó gran cosa durante su paso por el Conservatorio de París, adonde ingresó a los 21 años, si bien desde que tenía veinte era reconocido en París como un diestro compositor de canciones para el vaudeville francés.
Autor de 48 óperas y 15 ballets, Adam legó a la humanidad el célebre, eterno y hermosísimo ballet Giselle, estrenado en 1843 y la única producción de su vasta obra que se presenta hasta hoy en los escenarios de todos los rincones del planeta, con cada vez más diversas y novedosas puestas en escena.
Adolphe Adam (1803 - 1856)
El año 1993, con ocasión de cumplirse 150 años de su estreno, Giselle se representó en La Habana a cargo del Ballet Nacional de Cuba, dirigido por la muy destacada bailarina y coreógrafa cubana Alicia Alonso. En un palco desde donde emergía una luz divina, se vio a Fidel y a Raúl saborear la función, con similar deleite al de la aristocracia y alta burguesía europea de mediados del siglo XIX. La magia de la música.
La obra Giselle es un ballet en dos actos, basado en una leyenda recogida por el poeta alemán Heinrich Heine. La historia transcurre en la Renania medieval. Al final del primer acto, Giselle, la aldeana protagonista, ya ha enloquecido y luego muerto, atravesada por la espada a raíz del engaño de su amado príncipe Albrecht.
En el acto segundo, Giselle es acogida por la reina de las vírgenes muertas –junto a su cohorte de fantasmas femeninos– con una danza. Giselle se une a ellas. Más tarde aparece el príncipe Albrecht, arrepentido, a llorar sobre su tumba. La reina de las vírgenes muertas lo rechaza pero ahí estará Giselle para protegerlo y salvar la vida de Albrecht, condenado por la reina a bailar de por vida. Giselle lo sostiene hasta que las luces del alba obligan a los espectros a retirarse. Entonces Giselle vuelve a su tumba.
Se presenta aquí el celebérrimo Grand Pas de Deux y Variaciones del segundo acto, con la bailarina ucraniana Svetlana Zakharova, en el papel de Giselle, acompañada de Roberto Bolle, italiano. Ruego disculpar el final, algo desprolijo en el corte.
Una última palabra sobre Adolphe Adam. De ninguna otra parte sino de su inspiración creadora es que surgió esta portentosa maravilla que Adolphe regaló al mundo. Y es sorprendente, desde luego, que haya sido un artista, un creador, capaz de calificar su propia obra como "pequeña música".
Una obra que "sólo hubiese podido ser escrita por un hombre de talento superior..."
Wolfgang tenía solo 19 años cuando compuso los cinco Conciertos para Violín, mientras se desempeñaba, a disgusto, en la orquesta de su engreído y torpe patrón Colloredo, príncipe arzobispo de Salzburgo, donde ocupaba la plaza de primer violín. Hacía tiempo ya que Wolfgang, de la mano de su padre Leopold, había recorrido media Europa tocando el clave junto a Nannerl, su hermana mayor. Ambos niños habían asombrado a medio mundo como tecladistas, pero el genio de Wolfgang Amadeus con el violín sólo era conocido por quienes habían tenido la fortuna de escucharlo en Salzburgo o en alguna modesta corte de los alrededores.
Leopold, que algo sabía de violines –había escrito uno de los primeros tratados pedagógicos de la historia, sobre el violín– le escribió alguna vez en una carta: "...sucede que tú mismo no eres consciente de lo bien que tocas el violín". Mucho más tarde, curiosamente, insistió: "Si hubieses querido, habrías llegado a ser el mejor violinista de Europa". Leopold no estaba enterado aún de que Wolfgang iba a ser el más grande compositor del periodo clásico.
Vista de Salzburgo, s. XVIII. Grabado de A.F.H. Naumann
Un año antes de la composición de los conciertos, Wolfgang había recibido la negativa de Colloredo ante su solicitud de viajar a Viena para darse a conocer y relacionarse con otros músicos. Necesitaba liberarse durante un tiempo, por breve que fuera, del abatimiento que suponía estar al servicio de Su Eminencia en esa corte que detestaba.
Es probable, entonces, que los Conciertos para Violín los haya compuesto pensando en un futuro y definitivo alejamiento de la corte de Salzburgo. Una suerte de preparación y consolidación de repertorio para ser presentado ante las cortes, claramente más atractivas, de Alemania o Francia. Allí podría brillar también como violinista, atendidas las sugerencias de su padre.
Por ello tal vez, los cinco Conciertos para Violín fueron compuestos en tiempo récord, entre abril y diciembre de 1775. En comparación con los Conciertos para Piano, se acostumbra señalar que aquellos compuestos para violín poseen un carácter más superficial, si bien en todos ellos se ve plasmado el inmejorable conocimiento que Wolfgang tenía del estilo melódico y gracioso de la escuela italiana. Constituyen, por cierto, un precioso testimonio de la elegancia y el estilo galante que, imaginamos, habrá sido la usanza en la corte de Salzburgo, hace más de dos siglos.
Concierto para violín y orquesta N° 3, en Sol mayor Estructurado en los tres movimientos tradicionales –rápido, lento, rápido–, es uno de los conciertos para violín más demandados por público e intérpretes de nuestro tiempo. Con la violinista norteamericana Hilary Hahn de solista, acompañada por la Stuttgart Radio Symphony Orchestra dirigida por Gustavo Dudamel, se presenta aquí la versión ofrecida en 2007 en la oportunidad del cumpleaños del Papa Benedicto XVI, en una elegantísima sala –cómo no– de El Vaticano.
Movimientos: 00 Allegro Prototipo de final galante, aunque lo superará en galanura el final del tercer movimiento. (Las cadenzas son de Hilary). 10:35 Adagio En lugar del habitual andante, Mozart incorpora un adagio de atmósfera ensoñadora. 21:00 RondoFue el propio Mozart quien, un poco en broma y un poco en serio, dijo de este movimiento lo que señalamos al inicio: "sólo hubiese podido ser escrito por un hombre de talento superior". Nada de finales brillantes aquí, solo galanura. A su término, la pieza parece despedirse, con suprema elegancia, porque necesita tomar un descanso.
Estamos acostumbrados hoy a escuchar los valses vieneses en versión orquestal. Pero, en su origen, al menos aquellos que compuso Johann Strauss hijo, fueron concebidos para voz solista con acompañamiento de coro y orquesta. Entre ellos, por supuesto, el celebre Danubio Azul. También es el caso del hermosísimo vals Voces de Primavera (Frühlingsstimmen, su título en alemán), compuesto en 1882, quince años después del Danubio, escrito especialmente para una soprano alemana, encargada de interpretarlo en un concierto benéfico celebrado en el Theater an der Wien, en favor de la «Fundación para los indigentes austrohúngaros de Leipzig, del Emperador Francisco José y la Emperatriz Isabel», muy solidarios ellos.
Se me escapa el nombre de la soprano alemana. Por ello, me encanta pensar que, de vivir Strauss en nuestros días, quizá lo hubiese escrito para la brillante y hermosa soprano eslovaca Patricia Janečková, lamentablemente fallecida hace un par de meses a los 25 años. Y a quien queremos recordar hoy.
Patricia Janečková nació en 1998 en Münchberg, Alemania, de padres eslovacos. Poco después, la familia se mudó a Ostrava, en la República Checa. Desde muy pequeña se inició en el canto, haciendo su primera aparición en público a los once años en el escenario del Teatro Antonín Dvořák de Ostrava, acompañada de la Orquesta Filarmónica Janáček de Ostrava. Con 16 años se convirtió en la ganadora del Concorso Internazionale Musica Sacra de Roma que le permitió recibir una beca para estudiar en la Academia Europea de la Música, en Arezzo.
Desarrolló su carrera profesional principalmente en escenarios de Europa Central, donde cosechó variados premios y aplausos interminables en cada presentación. En 2015, debutó en la ópera eslovaca como Barbarina en Las bodas de Fígaro, y Pamina en La Flauta Mágica. Desde entonces actuó como solista de la mano de diversas orquestas sinfónicas y de cámara checas y eslovacas. En 2017 dio el salto al conjunto Collegium Marianum (cantando Acis y Galatea de Händel) y a la Orquesta Sinfónica de Praga. Después se encargó de realizar los conciertos de la gala de año nuevo en Pozan en 2018 y 2019. Una de sus presentaciones más solicitadas por las audiencias, por su derroche de encanto y simpatía, fue su interpretación del aria de la muñeca, "Les oiseaux dans la charmille", de Los Cuentos de Hoffmann, de Offenbach.
El infortunio Pero en 2022, todo se vino abajo. El 9 de febrero de ese año anunció en su cuenta Instagram que había sido diagnosticada con cáncer de mama y que por ello interrumpiría su carrera por tiempo indefinido. Sin embargo, reapareció el 15 de diciembre, interpretando el papel de Esmeralda en la ópera bufa La Novia Vendida, del autor checo Bedřich Smetana. Pero la enfermedad no había cejado. La infortunada soprano falleció el 1 de octubre de 2023, a los 25 años.
🧡🧡🧡
El Vals Inicia con una gran entrada en la tonalidad de Si bemol mayor con acordes sonoros precedidos por los tres tiempos del compás, dando paso a la melodía suave y arremolinada del primer vals. La segunda sección, en Mi bemol mayor, invoca las alegrías de la primavera con la flauta imitando el canto de los pájaros y una escena pastoral. La tercera sección, quejumbrosa y dramática, quizá sugiera lluvias primaverales. La cuarta sección rompe con el estado de ánimo pensativo con otra alegre melodía en La bemol mayor. La familiar melodía del primer vals hace su gran reentrada, con la Coda, en una imitación burlona a cargo de vientos y cuerdas, antes de su final sin aliento, vibrantes acordes y el habitual redoble de timbales y la cálida floritura de los metales.
Patricia Janečková en el Concierto de Fin de Año al Estilo Vienés, en Ostrava, 2016, acompañada de la Janacek Philarmonie Ostrava, dirigida por Mathias Förster.
En octubre de 1829, un año antes de abandonar Varsovia camino a Viena por segunda vez, Frédéric Chopin escribió a su entrañable amigo Tytus una larga carta. En parte de ella, se lee:
"Puede que para mi desdicha haya encontrado mi ideal, a quien sirvo fielmente desde hace seis meses, sin hablarle de mis sentimientos. Sueño con ella, y bajo su inspiración ha nacido el adagio de mi Concierto en fa menor..."
El ideal a que Frédéric hace referencia respondía al bello nombre de Constanza Gladkowska, una agraciada chiquilina que deseaba convertirse en soprano, y que, tal como Frédéric, restaba horas al descanso para cumplir con las altas exigencias del Conservatorio de Varsovia.
En innumerables ocasiones se toparon en los pasillos y cruzaron miradas con interés de adolescentes, pero el joven Chopin, a punto de terminar sus estudios, o no tenía tiempo, o no andaba de ánimo, o simplemente no se atrevía a abordarla. Aunque los pretextos para hacerlo no faltaban, pues debían asistir juntos a algunas clases y en más de una oportunidad, Frédérick tocó ante su presencia o, incluso, debió acompañarla al piano. Pero, hasta donde sabemos, la ocasión de una conversación a solas no llegó jamás a producirse.
Sin embargo, más de algunas palabras habrán debido cruzar, pues de otro modo no se explica que Constanza, poco antes de que Chopin abandone Varsovia, haya anotado en el álbum de despedida de Frédéric, un par de versos, de los que transcribimos aquí la última estrofa.
"Para que la corona de laurel no se marchite nunca,
pero desde luego no podrán quererte más que nosotros!"
Piano Concierto en Fa menor Lleva el número dos pero fue el primero que compuso, a los 19 años. (Pocos meses después verá la luz el segundo, en mi menor, y que lleva el N° 1.) De estructura clásica en tres movimientos, su estreno se realizó el 17 de marzo de 1830. Chopin alquiló para ello el Teatro Nacional de Varsovia y tres días antes del estreno sintió cómo lo inundaba la alegría al enterarse de que todas las localidades estaban vendidas.
La acogida fue calurosa, de público y de crítica, a tal punto que cinco días más tarde se vio obligado a ofrecer un segundo concierto, con la sala abarrotada nuevamente.
Movimientos:
00:00 Maestoso
15:16 Larghetto
24:06 Allegro vivace
Michael Tilson Thomas conduce la Sinfónica de San Francisco en Tokio, 2016. Al piano, la brillante artista Yuja Wang.