domingo, 5 de noviembre de 2023

Chopin, Vals Op 42, en La bemol

Un obligado verano en París

En 1839, la incansable y prolífica escritora George Sand publicó una màs de sus esperadas novelas. "Spiridion", se tituló, y exploraba temas de religión y espiritualidad, completamente ajenos al estilo y contenido de su obra anterior, romántica por excelencia. Por ello mismo, quizá, no fue el éxito que todos esperaban. Al contrario, resultó un fracaso de público y crítica. Para ser justos, sin embargo, anotemos que hoy Spiridion sigue siendo una parte interesante del cuerpo literario de George Sand, como reflejo de su versatilidad como escritora y su voluntad de explorar temas complejos en su obra.

Pero lo que nos interesa señalar aquì es que, a raíz de ello, el estilo de vida debió ser interrumpido. El verano de 1840 no resultó propicio para que la "familia", conformada por Chopin, la Sand y los hijos de la escritora, Solange y Maurice, recogieran sus bártulos y partieran a gozar de tres meses de merecido descanso en la casa veraniega que la Sand mantenía en Nohant, 200 km al sur de París. No había, sencillamente, cómo solventar la estadía de tres meses, a cuatro mil francos el mes, sin contar los gastos de viaje.

El verano, en París
De modo que permanecieron en París. George Sand corrigiendo y reescribiendo, y Chopin, que ya había comenzado a habituarse a componer exclusivamente en Nohant, debió readecuar su rutina y ponerse a trabajar en París durante el verano. Por lo demás, durante esos meses no tenía alumnos. Y no obstante las desacostumbradas circunstancias, el año 1840 fue fecundo, un año de trabajo ininterrumpido en el número 16 de la Rue Pigalle. De esa fecha son, para muestra un botón y otro más, la Fantasía en Fa menor, y el sinuoso Vals en La bemol, opus 42, publicado ese mismo año, sin dedicatoria.

Vals en La bemol, opus 42
Robert Schumann, abierto admirador de Chopin y quien ya había hablado maravillas sobre el Estudio opus 25 N° 1, escribió acerca de este vals que "si alguna vez hubiese que bailarlo tendrían que hacerlo solo las condesas". No entendemos qué quiso decir realmente, acaso que bailarlo requería una extrema elegancia que solo podìan mostrar, en su opinión, las condesas.
Pero Schumann estaba en lo cierto. La superposición de un ritmo binario de la mano derecha y uno ternario de la izquierda en el tema principal, unido a la velocidad que aquí le imprime el pianista ruso Boris Berezovsky hacen la danza impracticable incluso para las condesas. Una coda brillantísima (2:37) pone punto final a la pequeña pieza rematada por vigorosas notas al unísono, en el registro bajo.