jueves, 30 de septiembre de 2021

Dvorak: Ópera Rusalka - Canción a la luna


El médico, astrólogo y alquimista suizo que se llamó a sí mismo Paracelso, famoso por su audaz intento de transmutar el plomo en oro en el siglo XVI, creía firmemente en la existencia de un reino en el que habitaban seres mitad humanos y mitad espíritus. Uno de esos seres es Rusalka, una duendecilla de la mitología eslava que habita generalmente en ríos o lagos, al igual que las sirenas, ninfas y ondinas que surgirán en siglos posteriores, sobre quienes también se escribirán poemas y se hará música. Estos seres elementales lucen como de carne y hueso pero no tienen alma. De allí que su gran anhelo sea convertirse en humanos, para poder amar como mujeres terrenas, incluso al precio de grandes tormentos y muerte.

A fines de 1900, la duendecilla eslava encontrará al menos quien la cante, cuando, contrario a la usanza, el compositor checo Antonín Dvorak acceda a la solicitud del músico, poeta y compatriota Jaroslav Kvapil, para poner música a un libreto ya terminado, basado en cuentos de hadas de un poeta y una novelista checos. Dvorak, de sesenta años e internacionalmente reconocido, vio en aquel libreto la realización de un deseo largamente postergado. Ya había incursionado en el género operístico pero ansiaba escribir una ópera que se convirtiera en un éxito rotundo, enormemente popular, como hacía unos años lo había hecho Giuseppe Verdi.

Rusalka, la gran ópera checa
El gran éxito llegó al poco tiempo. Como era su costumbre, en abril de 1900 el compositor se instaló en su residencia de verano, en la villa de Vysoka, a unos 50 kms de Praga, a orillas de un pequeño lago. En poco más de seis meses, entre abril y noviembre, dio por finalizada la obra. Cinco meses más tarde, el 31 de marzo de 1901, se estrenaba en el Teatro Nacional de Praga, con enorme éxito, el mismo del que goza hasta hoy. Dvorak vio cumplido así su sueño. El inmejorable ambiente mágico y la plétora de melodías checas de belleza pura y conmovedora han hecho de Rusalka una de las obras cumbre del compositor, junto a la Sinfonía del Nuevo Mundo, y las Danzas Eslavas.

Síntesis
Rusalka
es una historia de amor que termina mal. La joven y bella Rusalka, ondina de las aguas, le pide a una bruja que la transforme en mujer para entregarse al amor de un príncipe del que recientemente se ha enamorado. La bruja accede, pero sus encantamientos, algo discretos, terminan por convertir a Rusalka en una princesa humana, pero muda. Ha pagado un alto precio. A todo esto, el príncipe se ha enamorado de una princesa extranjera. Pero luego se arrepiente. Regresa al lago y llama, desolado, a Rusalka, convertida ahora en un hada de la muerte. La besa. El príncipe muere, dichoso.

Canción de la luna
La ópera checa más reconocida incluye también una de las arias más interpretadas. Es la famosísima Canción de la luna, así llamada popularmente, pues, como de costumbre, el aria toma su título de las palabras del primer verso: "Luna en el cielo profundo". Desde luego, la canta Rusalka. En el primer acto. Le pide a la luna, que todo lo ve, todo lo sabe y todo lo puede, que le diga al príncipe que lo ama y que lo está esperando: "dile, luna plateada, que es mi brazo el que lo abraza".

La versión es de la hermosa soprano rusa Aida Garifullina, acompañada por una orquesta de jóvenes no identificada, dirigida por el violinista y director ruso Yuri Bashmet.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Debussy: "L'Isle Joyeuse", para piano

 

En 1903, Debussy publicó su tríptico para piano llamado Estampes, cuyas dos primeras piezas poseen un aire "exótico": una sensual habanera titulada Tarde en Granada, y el trozo de música javanesa Pagodas. A propósito de aquella música de aires folklóricos de otras latitudes, Debussy le comentó a su editor que cuando a un artista se le hace difícil visitar otros parajes, puede suplir todo aquello sencillamente con la imaginación. Es lo que va a hacer al año siguiente.

Claude, tutor de 18 años
Sin embargo, en el transcurso de su vida no fueron pocos los viajes que hizo al extranjero. Solo recordemos que a los 18 años, en plan de tutor de los hijos de Nadezhda von Meck (la patrona de Tchaikowski), viajó a ciudades de Suiza, Italia y Rusia. Y hubiera seguido viajando con ellos si no fuera porque Claude se enamoró de una de las hijas de Nadezhda, solicitando su mano, lo que la señora von Meck denegó, acabando al mismo tiempo con la tutela. Pero esa es otra historia.

L’embarquement pour Cythère
El cuadro de 1717 del pintor francés Jean-Antoine Watteau describe una alegre fiesta de enamorados llegando (o partiendo de) a una de las islas jónicas en el Mediterráneo, Citera, conocida como el lugar de nacimiento de Venus, la diosa griega del amor. El cuadro de Watteau sirvió como inspiración a Debussy para su reluciente pieza para piano solo "L'Isle Joyeuse" (La Isla Feliz), compuesta en el verano de 1904, precisamente en una isla frente a Normandía, mientras trabajaba a su vez en su pieza sinfónica La Mer.

L’Isle Joyeuse
La breve pieza, de poco más de cinco minutos, comienza con unas líneas traviesas y divertidas que aparecen en medio de exóticas armonías de escalas de tonos enteros y diatónicas, mediando entre ambas la escala lidia. Según la sobria prosa de los estudiosos, "fanfarrias brillantes y festivas se mezclan con olas espumosas y salpicaduras de colores."
En los momentos finales se desata un clímax eufórico y desenfadado: un trémolo y arpegios en La mayor de agudo a grave rematan en el "la" más bajo del teclado.

No es una pieza sencilla. En octubre de 1904, Debussy escribió a su editor:

"Qué difícil es de tocar. Esta pieza me parece que combina todas las formas de atacar el instrumento porque une la fuerza, la gracia y la elegancia."

El pianista franco-canadiense Marc-André Hamelin, a continuación, supera el desafío brillantemente.