El médico, astrólogo y alquimista suizo que se llamó a sí mismo Paracelso, famoso por su audaz intento de transmutar el plomo en oro en el siglo XVI, creía firmemente en la existencia de un reino en el que habitaban seres mitad humanos y mitad espíritus. Uno de esos seres es Rusalka, una duendecilla de la mitología eslava que habita generalmente en ríos o lagos, al igual que las sirenas, ninfas y ondinas que surgirán en siglos posteriores, sobre quienes también se escribirán poemas y se hará música. Estos seres elementales lucen como de carne y hueso pero no tienen alma. De allí que su gran anhelo sea convertirse en humanos, para poder amar como mujeres terrenas, incluso al precio de grandes tormentos y muerte.
A fines de 1900, la duendecilla eslava encontrará al menos quien la cante, cuando, contrario a la usanza, el compositor checo Antonín Dvorak acceda a la solicitud del músico, poeta y compatriota Jaroslav Kvapil, para poner música a un libreto ya terminado, basado en cuentos de hadas de un poeta y una novelista checos. Dvorak, de sesenta años e internacionalmente reconocido, vio en aquel libreto la realización de un deseo largamente postergado. Ya había incursionado en el género operístico pero ansiaba escribir una ópera que se convirtiera en un éxito rotundo, enormemente popular, como hacía unos años lo había hecho Giuseppe Verdi.
Rusalka, la gran ópera checa
El gran éxito llegó al poco tiempo. Como era su costumbre, en abril de 1900 el compositor se instaló en su residencia de verano, en la villa de Vysoka, a unos 50 kms de Praga, a orillas de un pequeño lago. En poco más de seis meses, entre abril y noviembre, dio por finalizada la obra. Cinco meses más tarde, el 31 de marzo de 1901, se estrenaba en el Teatro Nacional de Praga, con enorme éxito, el mismo del que goza hasta hoy. Dvorak vio cumplido así su sueño. El inmejorable ambiente mágico y la plétora de melodías checas de belleza pura y conmovedora han hecho de Rusalka una de las obras cumbre del compositor, junto a la Sinfonía del Nuevo Mundo, y las Danzas Eslavas.
Síntesis
Rusalka es una historia de amor que termina mal. La joven y bella Rusalka, ondina de las aguas, le pide a una bruja que la transforme en mujer para entregarse al amor de un príncipe del que recientemente se ha enamorado. La bruja accede, pero sus encantamientos, algo discretos, terminan por convertir a Rusalka en una princesa humana, pero muda. Ha pagado un alto precio. A todo esto, el príncipe se ha enamorado de una princesa extranjera. Pero luego se arrepiente. Regresa al lago y llama, desolado, a Rusalka, convertida ahora en un hada de la muerte. La besa. El príncipe muere, dichoso.
Canción de la luna
La ópera checa más reconocida incluye también una de las arias más interpretadas. Es la famosísima Canción de la luna, así llamada popularmente, pues, como de costumbre, el aria toma su título de las palabras del primer verso: "Luna en el cielo profundo". Desde luego, la canta Rusalka. En el primer acto. Le pide a la luna, que todo lo ve, todo lo sabe y todo lo puede, que le diga al príncipe que lo ama y que lo está esperando: "dile, luna plateada, que es mi brazo el que lo abraza".
La versión es de la hermosa soprano rusa Aida Garifullina, acompañada por una orquesta de jóvenes no identificada, dirigida por el violinista y director ruso Yuri Bashmet.