Para 1838 Chopin llevaba siete años instalado en París, y ya era toda una celebridad entre la aristocracia parisiense y la nobleza polaca exiliada. Así, el 25 de febrero de ese año fue invitado a tocar al Palacio de las Tullerías para deleitar al rey Luis Felipe y su corte. No de muy buena gana asistió Frédéric pues el rey no era santo de su devoción pero a éste le encantó la velada y retribuyó el esfuerzo de Chopin con un regalo personal. Tres semanas más tarde se presentó dos veces ante un público amplio, en París y Rouen. En esta última ciudad, la interpretación de su Concierto en mi menor le valió un elogioso comentario en la Gazette Musicale, que termina con las siguientes palabras:
"... Y si en adelante se sigue preguntando quién es el más grande pianista del mundo, mayor que Thalberg y Liszt, quienes te escucharon responderán al mundo entero: ¡Chopin!"
El año 1838 es el año de la partida de Chopin a Mallorca, el malhadado viaje que hará junto a George Sand y sus hijos, en octubre de ese año. Pero antes de emprender la travesía enviará a publicación las cuatro mazurcas del opus 33 y los tres valses del opus 34. Para esa etapa de su vida, a los 28 años, Chopin había escrito, aunque no publicado, ocho de sus catorce valses.
El Opus 34
Los valses del opus 34, publicados por su editor como Tres Valses Brillantes, movieron a Robert Schumann a expresarse de ellos como "valses para las almas, más que para los cuerpos", lo que hoy puede parecer una obviedad puesto que los valses de Chopin nunca fueron escritos para ser bailados, dicho esto con el mayor de los respetos por el bondadoso Schumann.
Conforman el Opus 34, el Vals Brillante N° 1 en La bemol mayor (el único "brillante" en nuestra opinión), el Vals N° 2 en La menor (el preferido de Chopin según los entendidos, y que la película El Pianista incorporó a su banda sonora), y el que aquí se presenta, el Vals N° 3 en Fa mayor, de poco más de dos minutos de duración, y apodado por algunos, algo melosamente, como el vals "del gato" debido a las notas del pasaje inicial que muy bien podrían ilustrar las cabriolas que tal mascota acostumbra para solaz de su amo.
La versión, excelente, es del pianista coreano Seong Jin Cho.
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