Exterior de la casa de Beethoven, en Bonn (al fondo) |
* (Agregado el 24.08.2011: He debido reemplazar la versión de Arrau porque el video fue quitado por incumplimiento de las normas por parte del administrador de la cuenta de Yt. Logré conseguir una excelente versión de Arturo Benedetti Michelangelli que, por cierto, también puede ser calificada de sublime).
Si la sonata Claro de Luna contiene la apostilla "si deve sonnare tutto questo pezzo delicatissimamente", la profunda y sencilla belleza de las notas de este adagio exige del oyente que ascolte tutto questo pezzo delicatissimamente.
La familia del niño
El abuelo de Beethoven, que no se llamaba Ludwig pero sí Louis, se estableció en Bonn por allá por 1730, proveniente de Holanda, con alguna certeza. Destacado violinista, ocupó allí el cargo de músico de la corte y posteriormente el de maestro de capilla, recibiendo por ello unos estipendios raquíticos que decidió engrosar con la instalación de un negocio de vinos. Mala idea.
No hacía mucho había desposado a Maria-Josepha, una alemana dulce y melancólica, tal vez más melancólica que dulce pues al poco tiempo se aficionó a la bebida y años más tarde murió alcohólica.
El matrimonio tuvo un solo hijo, Johann, que heredó de su padre las dotes musicales y de su madre la afición a la ingesta de buenos mostos. Johann casará a su vez con la hija del cocinero de la corte, a quien conoce mientras ocupa la plaza de tenor en el coro de la capilla del príncipe. El abuelo Louis, aun cuando se opuso al matrimonio debido a la baja extracción social de María Magdalena, finalmente terminó tomándole cariño porque fue testigo de los esfuerzos de su nuera por enrielar la disipada vida de su hijo Johann.
Del matrimonio sólo llegarán a la vida adulta tres varones. El hermano mayor es Ludwig, y por lo mismo, será el encargado de acudir a la prisión para identificar a su padre entre los borrachos detenidos.
Pero como Johann no habrá pasado todo el tiempo bebido, bien pronto se percatará de que su hijo si bien no poseía un talento musical innato –como sí fue el caso de Mozart– tenía en cambio unas habilidades asombrosas para el arte de la interpretación. Y decidió entonces encerrarlo todos los días en una habitación, a practicar sus lecciones, de donde solo podía salir cuando demostrara habérselas aprendido.
Johann pretendía replicar a Leopold Mozart pero sin genio ni grandeza, sólo con brutalidad extrema: no faltó la ocasión en que, de regreso de una juerga, bien entrada la noche, hizo levantar a su hijo de la cama para que tocara el clave ante sus amigos bohemios.
Su aprendizaje musical será un deber antes que un deseo, un tormento antes que vocación innata y entusiasmo creador. Una obligación impuesta, que Ludwig, diligentemente, irá transformando en su refugio íntimo, estrictamente personal, el único lugar desde donde podrá irrumpir su genio creador.
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