viernes, 28 de septiembre de 2018

Tchaikovski: "Eugenio Oneguin", Polonesa


Piotr Ilich Tchaikovski tenía 37 años cuando afloró en su magín la desdichada idea de casarse. La elegida (aunque más bien el elegido fue él), nueve años menor, fue Antonina Miliukova, una antigua alumna. Como se sabe, el matrimonio duró dos meses y medio, aunque, mejor expresado, eso fue lo que duró la vida "en pareja". El maestro escabulló todo ese tiempo a Antonina, hasta que finalmente desertó del lecho conyugal, para siempre.
El maestro debió echar mano a una cura de reposo. Pero se recuperó:
"...No hay ninguna duda de que durante algunos meses he estado un poco loco... sólo ahora... he aprendido a enfrentarme con todo lo que hice durante mi breve periodo de locura. El hombre que en mayo se le ocurrió casarse con Antonina Ivánovna, quien durante junio escribió una ópera entera como si nada hubiera pasado, quien en septiembre huyó de su mujer, quien en noviembre se embarcó destino a Roma y otras cosas por el estilo; ese hombre no era yo, sino otro Piotr Ilich."

La ópera que escribió "como si nada hubiera pasado" es la más reconocida y exitosa de las doce que compuso, Eugenio Oneguin, ópera en tres actos basada libremente en la homónima novela en verso de su compatriota Alexander Pushkin. Un retrato social y psicológico de la Rusia de los años veinte en el siglo XIX.

Muy resumidamente, la historia va así:
Tatiana, una chica ingenua y soñadora, cae rendida ante los encantos del sofisticado Eugenio Oneguin, cuando éste va de visita al campo. Tatiana le confiesa su amor pero Eugenio la rechaza. Para que no haya dudas, Oneguin decide coquetear con Olga, hermana de Tatiana y prometida de su mejor amigo, Lensky. Enfurecido por aquel comportamiento, Lensky reta a duelo a su amigo Oneguin. El evento termina con la muerte de Lensky. (No está demás agregar aquí que el poeta Pushkin murió en un duelo, a los 37 años).
Oneguin desaparece un tiempo largo. Años más tarde encuentra en una fiesta a Tatiana, ya casada, con un viejo príncipe. Oneguin la ve bailar una alegre polonesa, más hermosa que nunca. Esta vez será Tatiana quien rechace.

Polonesa, de Eugenio Oneguin, opus 24
Estrenada en 1879 en Moscú, la ópera tuvo un recibimiento caluroso, que continúa hasta hoy.
Como era habitual en el teatro lírico del romántico siglo diecinueve, las escenas de baile y festejos no podían faltar. En el tercer acto, Oneguin reencuentra a Tatiana en una fiesta. Los invitados se divierten bailando una polonesa muy animada. La polonesa se hizo muy popular y hoy en día es costumbre incluirla en el repertorio sinfónico como pieza autónoma.

La versión es de la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo, bajo la conducción del director ruso Yuri Temirkanov.


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lunes, 24 de septiembre de 2018

Charles Ives: "Central Park in the Dark", para orquesta


Charles Ives, exitoso agente de seguros, organista de iglesia y compositor en sus ratos libre, tuvo como primer maestro a su padre, un inquieto director de banda del ejército norteamericano. Apenas diez años tenía Charles cuando el padre le animó a interesarse por las armonías modernas y la politonalidad. Cualquiera diría que, expuesto a semejantes experiencias, el pequeño Charlie habría salido huyendo de la música, despavorido. Por fortuna no fue así, y no pasó mucho tiempo antes de que el niño pudiera acompañar a su padre en un dúo bitonal. El padre cantaba una melodía en determinada tonalidad y Charles, futuro compositor, se las ingeniaba para cantar la misma melodía en una tonalidad distinta. Ahí quedó claro que Charles Ives no se encaminaría por una senda tradicional.


Autor de sinfonías, cuartetos de cuerda y sonatas para piano, a la vez que ejecutivo de seguros, el compositor escribía durante el viaje en los trenes de cercanía que lo llevaban a sus oficinas en Nueva York, sin que le importara gran cosa lo que pensara el mundo de su música, claramente de difícil lenguaje. Así lo pensaba él, sinceramente, creemos. Pero una revisión de sus manuscritos, muy posterior, evidenció que a partir de 1920, el autor comenzó a falsear las fechas de composición de las obras, datándolas al menos veinte años antes, con el fin de aparecer más pionero de lo que era. No había necesidad. Su música es hoy considerada soberbia, intensa, y de una originalidad que no requiere revisión fraudulenta alguna.

Charles Ives (1874 - 1954)
Central Park in the dark
La pieza para orquesta fue compuesta en 1906, concebida para hacer dupla con su obra más conocida, Una Pregunta sin Respuesta. La idea de presentar los dos trabajos juntos obedece a que ambas están basadas en la misma premisa experimental: las cuerdas crean una tenue y estable atmósfera que permanece en segundo plano mientras los restantes instrumentos introducen elementos contrastantes, no sincrónicos, que irán acelerando, gradualmente.

Su título original es algo más extenso: A Contemplation of Nothing Serious or Central Park in the Dark in the Good Old Summertime. Un poco largo. Pero el mismo autor se encarga de explicar qué es lo que todo ello significa:
"...los sonidos de la naturaleza y de los eventos que podían oírse hace treinta años, sentados en un banco en el Parque Central, en la noche de un verano caluroso. Las cuerdas representan los sonidos de la noche y la oscuridad silenciosa... interrumpida por los cantantes callejeros... [...] un carro y una banda callejera se unen al coro [...] ...un carro de bomberos... un caballo... que huye... los caminantes vociferan...[...] La oscuridad se oye otra vez... y volvemos a casa."

Sin embargo, la música que acompañó todo esto no les dijo nada a algunos críticos europeos de la época. Algunos llegaron al extremo de sostener que Ives era un aficionado que no tenía idea de lo que hacía. El pensamiento de hoy, en cambio, a vuelta del siglo XXI, señala que todavía hoy Ives tiene algo que enseñarnos, y nada menos que en términos de ideas nuevas.

La versión es de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Bartok, de Budapest, con la conducción del director húngaro Gergely Dubóczky.



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jueves, 20 de septiembre de 2018

Schumann: Arabesque para piano, opus 18


Víctima, probablemente, de la condición médica que hoy conocemos como enfermedad maníaco-depresiva, la vida y obra de Robert Schumann encarna la quintaesencia del artista romántico: la creación de arte a través del sufrimiento. El compositor, algo reticente a escribir obras de gran aliento, desplegará su mejor genio lírico en canciones y piezas breves para piano. La brillante colección de miniaturas Kinderszenen, de 1838, es un buen ejemplo; se hace allí manifiesta su extraordinaria habilidad para traducir en música estados del alma.

Un año más tarde, Schumann abandonará Leipzig por Viena, poniendo gran distancia entre él y Clara Wieck, a raíz del rechazo del viejo Wieck a la relación de ambos. Pero desde allá se comunicará con Clara mediante cartas y música. Arabesque opus 18 es parte de ese contacto atribulado.


Profunda fue la depresión que asaltó al maestro en Viena. Y no solo sentimental. También profesional... era su maestro quien se oponía a que su hija fuera desposada por un músico que recién se iniciaba en un difícil arte. La ferviente negativa de Friedrich Wieck no reflejaba sino sus desmayadas expectativas respecto del futuro profesional de su alumno. Pero Schumann, que jamás se imaginó a sí mismo como un segundo Beethoven o algo similar, se las arregló en Viena para crear un manojo de piezas de notable encanto y gracia, "delicadas", escribió, "para damas". Son parte de un intenso trabajo que desarrolló paralelo al via crucis previo a su anhelado matrimonio con Clara, virtualmente inventando la pieza romántica breve y poética.

Arabesque, opus 18
Con menos de siete minutos de duración, la delicada pieza "para damas" no presenta mayores exigencias al intérprete. Es uno de aquellos singulares trozos de música que, no obstante su escasa demanda técnica, logra cautivar al oyente con su escritura colorida y vivaz.
Se diría que su título afirma que los arabescos están presentes, pero es más bien una metáfora.
La pequeña pieza presenta una forma modificada de rondó (ABACA) con A, tema principal, lírico, y dos secciones algo más intensas, B y C. Cuando la pieza pareciera concluir con la última aparición del tema inicial, Schumann nos reserva una sorpresa, un exquisito posludio íntimo ofrece el verdadero cierre.

La versión es del pianista chino Lang-Lang.


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martes, 18 de septiembre de 2018

Enrique Granados: "Valses poéticos"


"La juventud en todos lados se encuentra en su casa", escribió Enrique Granados en sus Memorias, poco leídas pero muy citadas. Eran sus primeros días en París. Se había perdido y un parroquiano lo condujo a casa. El joven pianista catalán, de diecinueve años, iniciaba así, en septiembre de 1887, su breve pero harto provechosa estadía de dos años en París. Una muy inoportuna enfermedad lo privó de ingresar al Conservatorio, pero terminó estudiando privadamente con renombrados pianistas y maestros de música parisinos. De aquellos años son sus aplaudidos "Valses Poéticos" para piano, el primero de sus trabajos de madurez.


Un generoso mecenas español había provocado el milagro. Un año antes, luego de la muerte del padre, Granados se había visto en la necesidad de engancharse como pianista de café, en Barcelona. Por cien pesetas mensuales, el joven músico tocaba de "dos a las cuatro y media de la tarde y de las nueve a las once y media de la noche" en el Café de las Delicias, conocido más tarde como "Lion d'Or". Pero el café, ya algo demodé, fue de mal en peor y la plaza de pianista fue suprimida.

Enrique Granados (1867 - 1916)
Entonces fue que entró en escena el reconocido empresario Eduardo Conde, quien contrató a Granados como profesor de sus hijos por un generoso salario, convirtiéndolo en "el profesor más caro de Barcelona".  Poco después, convencía a su madre de que el joven debía seguir estudios en París. Dos años más tarde, Granados estaba de regreso en Barcelona, después de haber conocido a los compositores franceses más representativos de la época, y haber consolidado su amistad con su compatriota Isaac Albéniz.

Valses poéticos
No obstante lo ya señalado, hay autores que citan su génesis en un periodo previo al viaje a París, con el autor de diecisiete o dieciocho años. Como fuere, se trata de una serie de siete elegantes valses, a los que preludia una introducción, en compás de cuatro cuartos, y da cierre una colorida e ingeniosa coda que, sorpresivamente, lleva a la repetición literal y completa del primer vals.

00:00  Introducción
01:32  Melódico
03:25  Tiempo de vals noble
04:50  Tiempo de vals lento
07:02  Allegro humorístico
07:50  Allegretto (Elegante)
09:22  Quasi ad libitum (Sentimental)
11:00  Vivo - Presto

La versión es del pianista español Luis Fernando Pérez. (El video incluye información sobre Goyescas, que suponemos el intérprete tocó antes de los Valses, datos que el videísta olvidó de retirar.)


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domingo, 16 de septiembre de 2018

Alban Berg: Concierto para violín - "A la memoria de un ángel"


En febrero de 1935, su último año de vida, el compositor austriaco Alban Berg recibió el encargo de componer un concierto para violín y orquesta. La petición provenía de Louis Krasner, un violinista ruso-americano que más tarde construirá una carrera notable realizando primeras audiciones de las obras de sus colegas contemporáneos. La comisión ofrecida no era nada desdeñable. Pero por la época, Berg, de cincuenta años, trabajaba intensamente en su ópera Lulu y, riguroso y metódico como era, desechó la propuesta. Sin embargo, Krasner había tocado un punto sensible. Para que la música dodecafónica accediera a un público amplio, había dicho, nada mejor que entregársela en un formato amigable, un concierto. Al maestro le surgió la duda. Una honda tragedia terminará por convencerlo.


Alma Mahler, viuda de Gustav, había casado en 1915 con el célebre arquitecto Walter Gropius. La relación, de la que nació una hija, Marion, llegó a su fin en 1920. Pese a la brevedad del lazo, Alban Berg construyó una sólida amistad con la pareja, sumando a ello un gran afecto por la pequeña Marion, de cuatro años al momento de la separación.

Alma Mahler, Gropius y Marion (1918)
Las dudas que asaltaban a Berg se disiparon cuando aquella primavera se enteró de que el 22 de abril había muerto Marion Gropius, de dieciocho años, afectada de poliomielitis. Absorbiendo toda la energía creativa que tal tragedia podía inspirar, resolvió componer un memorial, de música, para honrar a la pequeña Marion. "Antes de que termine este año terrible", escribió a Alma, "podrán escuchar una partitura que dedicaré 'a la memoria de un ángel' y que encierra lo que siento y que hoy no puedo expresar". Dejando de lado el último acto de su ópera Lulú (que no alcanzará a terminar), el maestro se entregó con todas sus fuerzas a la composición del concierto para violín.

Por lo general, Alban Berg necesitaba alrededor de dos años para componer una obra de cierta envergadura. Esta vez, pese a que su salud no era buena, solo necesitó cuatro meses. El 11 de agosto el concierto estaba terminado. En la primera página del manuscrito, escribió: "A la memoria de un ángel", tal como había prometido. La dedicatoria fue extendida, desde luego, al violinista Krasner, quien lo estrenó año siguiente en Barcelona. Alban Berg no alcanzó a escucharlo. Había muerto el 24 de diciembre de 1935.

Concierto para violín
La obra, el único concierto de Berg para instrumento solista, se desarrolla según los principios de la música dodecafónica que el compositor aprendió de su maestro Arnold Schoenberg. Sin embargo, se ha convertido en la obra más popular del compositor, y la más programada en los escenarios. Y pese a su atrevida combinación de lenguaje tonal y atonal, es también su obra más accesible.

Movimientos:
Son dos, aunque cada uno de ellos incluye otra sección que se toca sin interrupción. Según Berg contó a su biógrafo, en el primer movimiento trató de traducir los rasgos de carácter de la niña en personajes musicales. El segundo es algo menos pastoral, quizá pesadillesco, representando la catástrofe de la muerte. La obra termina sin aspavientos. No resulta fácil encontrar otra obra en que el silencio que sigue a los últimos compases, sea tan importante como el que aquí "se escucha".
00:00  Andante - Allegretto
11:37  Allegro - Adagio

La versión es de la violinista alemana de origen ruso, Alina Pogostkina, acompañada por la Gothenburg Symphony bajo la conducción del director alemán David Afkham.


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miércoles, 12 de septiembre de 2018

Mozart: Concierto No 7, para tres pianos


Desde luego que un concierto para tres pianos es un agrupamiento orquestal poco común. Más aún si la obra está destinada a ser interpretada en casa, en un ambiente familiar. Pero bien avanzado el siglo dieciocho esto no era tan raro. Sabemos que en los hogares de la aristocracia y la naciente burguesía, contar con un piano en el salón era símbolo de estatus y algo más. Naturalmente, si el noble o alto burgués proveedor había logrado alcanzar una cómoda situación financiera, sumar otro piano elevaba su estatus otro tanto. Un tercer piano, lo elevaba a alturas magníficas. Es lo que imaginamos habrá ido aconteciendo, con el paso del tiempo, en casa de la condesa Lodron, en Salzburgo.


Como fue habitual en Mozart, buen número de sus conciertos para piano fueron escritos para intérpretes específicos. En la madurez de Viena, los escribió para sí mismo. En Salzburgo, los destinó a sus alumnos, o, en su defecto, para él y su hermana Nannerl; son conciertos que podían acompañarse por un grupo reducido de cuerdas, por ello eran perfectamente ejecutables durante una velada hogareña.

Concierto No 7 para tres pianos, en Fa mayor, K 242
El concierto para tres pianos fue compuesto en 1776 para la condesa Antonia Lodron, de Salzburgo, y sus dos hijas, las que suponemos alumnas de Mozart, las tres. La copia que el maestro entregó a la familia, contiene la siguiente dedicatoria, escrita de su puño y letra:
"A su Excelencia, su Señoría, la Condesa Lodron, y a sus hijas, sus Señorías las Condesas Aloysia y Giuseppa".

Las partes para cada uno de los tres pianos están cuidadosamente elaboradas de acuerdo a las habilidades y experiencia de cada intérprete. Dos de estas partes son de dificultad moderada. La tercera, en cambio, demanda habilidades muy modestas pues estaba destinada a la menor de las hermanas.
En opinión de algunos estudiosos, el Concierto No 7 no constituye un aporte significativo a la producción concertística del maestro. Pero también hay quienes opinan que quizá haya sido Mozart el único compositor capaz de escribir obras destinadas a brillar con intérpretes modestos. Y esto último no significa para nada que la obra sea poco imaginativa o simple.

De lo que no hay duda es que su interpretación no demanda la participación de grandes virtuosos. Por lo mismo sorprende gratamente que sean tres grandes maestros los que se hayan, precisamente, "concertado", en el video que aquí se presenta.

Movimientos
00:00  Allegro
09:04  Adagio
16:50  Rondeau. Tempo di Menuetto

La versión es de los maestros Georg Solti, Andras Schiff y Daniel Barenboim. Se nos ocurre que Solti quedó a cargo del piano destinado a la menor de las condesinas, puesto que también debe dirigir.


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lunes, 10 de septiembre de 2018

Beethoven: Sonata 12, "Marcha Fúnebre"


Durante treinta años, Beethoven y Franz Schubert vivieron en la misma ciudad, Viena. Se desconoce si alguna vez se encontraron. De haberlo hecho, habrían intercambiado opiniones enteramente opuestas sobre el acceso a la publicación de sus obras. Mientras el pequeño Franz va a tener dificultades con sus editores, recién iniciado el siglo el maestro proveniente de Bonn contaba en carta que "no firmo contrato con ellos [sus editores], pongo mis condiciones y ellos me pagan". Son buenos años para Beethoven, tiene treinta años, y es toda una celebridad en Viena. Y muy productivos. Además de finalizar la Primera Sinfonía, el año 1801, un annus mirabilis, escribe cuatro sonatas. A ratos siente molestias en los oídos pero nada de que preocuparse, todavía.


El grupo de cuatro sonatas incluye las renombradas Claro de Luna y Pastoral. Se inicia con la Sonata No 12, opus 26, menos conocida, la que según ciertos autores sería la última de su periodo clásico y según otros la primera de su periodo medio. De lo que no cabe duda es que el maestro está explorando nuevos territorios: la sonata tiene cuatro movimientos, se tocan sin interrupción, todos están escritos, poco habitual, en la misma tonalidad –La bemol–, y el tercer movimiento contiene una Marcha Fúnebre, al igual que la Sonata "Fúnebre" de Chopin. Y por si todo esto no sumara, ninguno de los cuatro movimientos está escrito en forma "allegro de sonata" (aquella que coge tema, lo desarrolla y luego lo recapitula) pese a que la pieza es una sonata.

Sonata No 12, opus 26, en La bemol mayor

Sus movimientos
I. Una novedad más. El habitual allegro del primer movimientos ha sido sustituido por un tema y variaciones, cinco en total. El único antecedente conocido de esta innovación se debe a W.A. Mozart, presente en la Sonata K331, la de la célebre marcha turca.

II. Luego de las variaciones, el maestro sigue la secuencia clásica habitual de movimientos rápido-lento-rápido. El segundo movimiento, entonces, es un scherzo, marcado allegro molto. Nos reencontramos aquí con un joven Beethoven, muy ágil.

III. Marcha fúnebre. El título completo dice: Marcia funebre sulla morte d'un Eroe. Como era de esperarse, bastante se ha especulado sobre ello pero Beethoven no dejó ni rastro de quién pudo haber sido aquel eroe. Muy popular entre los románticos (todavía hoy, quizá: es el movimiento que más recordamos), logró que fuera la única sonata de Beethoven que Chopin tocara en público. Su franca popularidad, además, llevó al maestro a escribir un arreglo para viento y metales, que fue interpretado en su funeral.

IV. Contra todo pronóstico, la marcha fúnebre conducirá a un brillante allegro, un movimiento breve pero impetuoso en forma ABA (tema A, tema B, tema A), con un tema B algo dramático pero nunca tan serio. La mano izquierda no descansa en sus figuraciones de movimiento perpetuo. Una sencilla coda conduce a un final en que, diminuendo tras diminuendo, el sonido pareciera evaporarse.

Con alrededor de veinte minutos, la obra está dedicada a uno de sus más fieles mecenas, el príncipe Karl von Lichnowsky.

00:00  Andante con variazoni
09:12  Scherzo. Allegro molto
11:55  Marcia funebre sulla morte d'un Eroe. Maestoso andante
18:27  Allegro

La versión es del maestro Daniel Barenboim.


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viernes, 7 de septiembre de 2018

Igor Stravinski: Tango, para piano


Poco después de que el maestro ruso Igor Stravinski abandonara Europa en 1939 para instalarse en la soleada y atrevida California, comenzó a experimentar problemas financieros. Los derechos de autor que, hasta entonces, le habían asegurado ingresos regulares en Francia, no estaban disponibles en este prometedor nuevo mundo. Responsabilizó de ello, por negligencia, a su ex partner Sergei Diaghilev, con quien había conocido éxito y fama en París luego de los estrenos de El Pájaro de Fuego y La Consagración de la Primavera. Enfrentado a la incertidumbre financiera, Stravinski escribió varias obras breves con la intención manifiesta de hacer un poco de dinero. El Tango, para piano, es una de ellas.


Dos años atrás el maestro había perdido a su hija mayor, de tuberculosis. Al año siguiente, meses antes del comienzo de la Segunda Guerra, fallecieron su esposa y luego su madre. Pero el maestro no se demoró mucho en rehacerse. A comienzos de 1940, al poco tiempo de dictar unas célebres conferencias en la Universidad de Harvard, casó con la ex bailarina rusa Vera de Bosset, con quien había mantenido una relación paralela durante unos buenos años. Poco después, Stravinski y su nueva esposa se hallaban instalados en Hollywood. La guerra seguía su curso en el viejo mundo. Al final del conflicto, ambos tomaron la ciudadanía americana.

Tango, para piano
Aunque algo libre rítmicamente, la atmósfera propia de la danza es inconfundible en sus tres minutos de extensión. Una pieza liviana pero encantadora, que no esconde la levedad de su génesis. Como el consumado pianista que era, Stravinski habrá maravillado a las audiencias. Pero dio un paso más allá. Buscando el máximo retorno, se esforzó por transcribirla a diferentes combinaciones orquestales, incluida la banda de jazz. Finalmente, remató con dos arreglos para orquesta de cámara, y uno para violín y piano.

La versión es de la pianista israelí Einav Yarden.


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miércoles, 5 de septiembre de 2018

Franz Schubert: Rondó en La mayor


El 26 de marzo de 1828, ocho meses antes de su muerte, Franz Schubert fue homenajeado en Viena por su círculo de amistades con un concierto dedicado enteramente a su música, y en beneficio del artista. Fue el primero y el último. Tres días después, Niccolo Paganini iniciaba su maratón de conciertos en la capital del imperio Habsburgo. Hasta el 24 de julio, el violinista que tenía pacto con el diablo atiborró a los vieneses con catorce recitales. La prensa no se cansó de cantar las excelencias del "fenómeno Paganini", pero dedicó solo un par de líneas a su connacional Franz Schubert.

Franz Schubert (1797 - 1828)
El concierto homenaje había sido todo un éxito, a pesar de que gran parte del público no conocía las obras del autor. Una apatía similar había sido la tónica por parte de las casas editoras de música hasta no hacía mucho. Solo a partir de 1822, aproximadamente, los editores comenzaron a mostrar un interés, algo deslavado, en la publicación de la música del pequeño maestro. Es famosa la respuesta del editor Peters a la carta de amigos de Franz solicitando la publicación de algunas piezas suyas: "Mi interés está enfocado en los artistas ya consagrados... la misión de revelar nuevos talentos es para otro...".

Pero en 1828 Schubert tenía editor hacía rato: la casa Artaria. El maestro había aprendido a lidiar con tales circunstancias, y también con su precaria salud, muy debilitada a consecuencia de la sífilis contraída hacía siete años. Contra todo pronóstico, ese último año vio nacer algunas de sus mejores obras: las últimas tres sonatas para piano, la fantasía en Fa menor y la notable y celebérrima Serenata, entre otras. Doménico Artaria, editor, se vio entonces en la necesidad de solicitar una pequeña obra para piano a cuatro manos... el fortepiano recién instalado en los salones de la naciente burguesía pedía a gritos una pieza para disfrute de la familia.

Rondó en La mayor, D 951
Comenzada en junio de ese año, la última obra para piano a cuatro manos de Schubert fue publicada al mes siguiente de su muerte, con el título de "Gran Rondó".
La obra no vuela a grandes alturas pero tampoco revela un estado de ánimo melancólico, que quizá hubiera sido esperable. En sus doce minutos de extensión, Schubert regresa a un periodo en que escribía pequeñas joyas para él y sus amigos, para sencillamente disfrutarlas en una velada placentera. Por lo mismo, la obra no presenta dificultades insalvables ni para los intérpretes ni para el auditor.

La versión es de los grandes maestros argentinos Martha Argerich y Daniel Barenboim.



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lunes, 3 de septiembre de 2018

Paul Lincke: "Berliner Luft" - Aire berlinés


A sus diez años, el compositor alemán Paul Lincke veía desde la ventana de su casa en el centro de Berlín, casi a diario, el desfile de tropas que marchaban al ritmo de bandas militares. Un día, simplemente, decidió participar: "Tan pronto como escuché el estruendo de la música, le anuncié a mi madre que bajaba. A saltos, gané la calle. Esperé a que los soldados se acercaran y marché con entusiasmo al ritmo firme de la música hacia la estación de Unter den Linden."
Será precisamente una marcha, Berliner Luft (Aire Berlinés), lo que permita que su nombre aparezca todavía hoy en los programas de mano de la Filarmónica de Berlín.


Considerado el fundador de la opereta berlinesa –tal como Strauss Jr  lo fue para Viena, u Offenbach en París–, el compositor nació en Berlín, en noviembre de 1866. Como era de esperarse, sus primeros contactos con la música se dieron en una banda, la de la ciudad de Wittenberge, adonde le envió su madre luego de terminar la secundaria. Allí tocó el fagot, aunque también aprendió violín y piano. Pero no siguió una carrera como músico de banda. Pronto brillará como fagotista y compositor de canciones en diversos teatros de vaudeville de su ciudad natal. Más tarde, ya un músico maduro, prestará sus servicios durante dos años en el Folies Bergère, de París.

A su regreso, verá estrenada en 1899 su mayor éxito, la opereta Frau Luna (Señora Luna), que narra una singular aventura: la de un grupo de prominentes berlineses que viajan en globo aerostático a la luna. Cinco años más tarde, en 1904, estrenará un burlesque en dos actos, Berliner Luft, al que pertenece la marcha homónima, hoy el himno no oficial de Berlín, y que todos los años sirve de cierre a la presentación de la Filarmónica de Berlín en el escenario al aire libre berlinés conocido como Waldbühne.

Frau Luna experimentó una revisión en 1922. Lincke incluyó allí Berliner Luft, en versión cantada. La escuchamos en versión de 1941, con la cantante austríaca Lizzy Waldmüller.



Marcha Berliner Luft
Es costumbre que en ocasiones el director abandone el podio y tome el lugar e instrumento de alguno de los músicos. Se ha visto a Kurt Masur en los timbales. En esta oportunidad, es Gustavo Dudamel quien intercambia lugar con el primer violín.
Filarmónica de Berlín, en Waldbühne, Berlín, julio de 2017.


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