Por inaudito que parezca, si tenemos un piano en casa, algo desafinado, y llamamos al afinador, cuando éste haya hecho su trabajo impecablemente, el piano habrá quedado más desafinado todavía. De ello podríamos colegir, algo ingenuamente, que todos los pianos del mundo están desafinados... ¿Cómo es posible tamaña extravagancia?
La respuesta, de simple no tiene nada. Involucra algo de matemáticas, de física... de ondas, frecuencias, amplitudes, y por cierto, algún conocimiento de escalas y notas musicales.
Pero no queremos aquí quebraderos de cabeza. Simplificaremos el fenómeno al máximo, apelando a la intuición y la buena voluntad.
El temperamento
Se llama "temperamento" a los sistemas de afinación que han existido en la historia de la música. Todo comenzó con Pitágoras y el círculo de quintas, es decir, el modo de construir nuestros doce semitonos avanzando por intervalos de "quintas" (do-sol-re-la-mi-si-fa♯-etc.). Pero esta construcción tiene un problema serio: el "do" final no es la octava del do inicial. Presenta una diferencia que se llamó la "coma pitagórica". Resultó preferible entonces conservar nuestro do inicial y su octava justa, y acomodar los intervalos restantes al gusto de los oídos de la época. Cada una de estas afinaciones "a la carta" se llamó temperamento desigual. Los hubo por montones.
Uno de ellos fue el que Bach empleó en su célebre Clave Bien Temperado. Tenía la ventaja de que los distintos intervalos no impedían tocar en diferentes tonalidades (se comprenderá que al cambiar de tonalidad los intervalos de tercera, cuarta, quinta, etc. no serán los mismos que en la tonalidad anterior). Esta diferencia es sutil, pero importante y enriquecedora. El temperamento desigual otorga características únicas a cada tonalidad, las que adquieren cierta vida propia, por así decir. Surgieron así descripciones populares para todas las tonalidades mayores y menores: inocentes, anhelantes, vivaces, sombrías, alegres, etc.
El temperamento igual
Pero en el siglo XIX llegó la ciencia y la tecnología, o más bien, la popularización de ellas. Y con ello, la propensión a medir todo lo que fuera medible. Fue posible entonces dividir la octava justa en tantas partes como quisieras, exactamente iguales. Es lo que hoy llamamos temperamento igual: la octava dividida en doce semitonos perfectamente iguales, relacionados entre ellos por la sencilla raíz doceava de 2. Dado un tono, o una frecuencia cualquiera, la nota que viene se obtiene multiplicando su frecuencia por la raíz 12 de 2, y la anterior dividiendo por ella. Muy sencillo.
¿El piano está desafinado?
Este guarismo matemático permite que las relaciones de intervalo en cada tonalidad sean exactamente las mismas, facilitando las modulaciones, si bien, con excepción de la octava los intervalos están ligeramente alterados respecto de la frecuencia natural, es decir, están algo "desafinados". Pero no lo notamos. Nuestros oídos se han acostumbrado a aceptar estas ligeras imperfecciones. Por lo mismo ya no sabemos cómo sonaba realmente Beethoven en el siglo XIX. A menos que alguien se dé el trabajo...
Muy lamentablemente, no tenemos el nombre del excelente intérprete que aquí nos muestra ni más ni menos cómo sonaba Beethoven en vivo. El piano es un Broadwood de 1819, afinado en el temperamento llamado Kirnberger III, muy común en el barroco, aunque persistió hasta el siglo XVIII.
La pieza es la Sonata No 17, en Re menor, "La Tempestad". La "nueva" masa sonora es sorprendente.