domingo, 22 de julio de 2012

Beethoven: sonata opus 31 N° 1 (II)


Gioachino Rossini (1792 - 1868), caricatura

Además de la sordera, insinuada alrededor de 1796 y que en 1801 ya comenzaba a torturarlo impidiéndole avistar otro camino que no fuera el que lo transformaría en un ser hosco y solitario, el maestro Beethoven debía lidiar con la ópera italiana y su realce de la belleza de la línea melódica vocal, el famoso bel canto. Si bien la única vez que se encontraron el maestro de Bonn le manifestó a Rossini su admiración augurándole larga vida a Il Barbiere, lo cierto es que Ludwig no podía sino ver en la ópera italiana anterior a la de los grandes maestros una competencia caprichosa, pues esa música, apta para todo público, en la Viena de comienzos de siglo hacía furor, abriendo paso a que más tarde los jóvenes Rossini, Donizetti y Bellini se convirtieran en los músicos más populares de la época, mucho más que Beethoven.

No es de extrañar entonces que algunos estudiosos, entre ellos grandes músicos como el magnífico pianista húngaro Andras Schiff vean en el segundo movimiento de la sonata opus 31 N° 1, Andante grazioso, una suerte de parodia del bel canto italiano... El maestro Ludwig habría querido hacer mofa sutil de las ornamentaciones, a veces un tanto excesivas, de la ópera italiana belcantista. Es cierto que el Andante está repleto de ornamentaciones y cadenzas que algunos consideran no beethovenianas –de ahí la idea de la parodia–, y además es uno de los movimientos lentos más largos escritos por Beethoven, como si éste hubiese querido solazarse con la travesura. Pero también puede pensarse, y con intuición tan poderosa como la señalada en contrario, que Beethoven no hizo otra cosa que llevar el bel canto al piano, intentando acercar su música a un grado de encantamiento de la audiencia de la que van a sacar provecho los maestros italianos a partir de la segunda década del 1800. Por qué no él, podría haberse preguntado.

Con excepción de un par de momentos que los entendidos califican, ahora sí, propios de Beethoven, el andante, de cerca de doce minutos de duración, hace uso de "trinos" de principio a fin. Esta ornamentación, consistente en tocar dos notas adyacentes alternada y rápidamente, captura casi por completo el movimiento, y está encomendada a ambas manos, en alternancia. En mi opinión, este movimiento constituye la pieza precisa para la práctica de este adorno justamente porque la obra está en las antípodas de un ejercicio soso y aburrido como podría serlo su práctica en cualquier parte del teclado y con los dedos que a uno se le antoje.

A pesar de sus reparos al exceso de ornamentación –y confeso de que su alegato podría parecer a otros una barbaridad– Schiff no desconoce que la pieza contiene momentos definitivamente hermosos. A mí me parece hermosísima de pies a cabeza, y agradezco a Beethoven que haya decidido transformar el movimiento lento de una sonata para piano, en una imitación, con sorna o sin ella, del bel canto italiano.
La versión es de Daniel Barenboim. Berlín, ciclo de las 32 sonatas.


Tercer movimiento: Rondó. Allegreto - Presto

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