viernes, 16 de noviembre de 2012

Mendelssohn: Rondó Capriccioso



El músico alemán Félix Mendelssohn-Bartholdy lo tuvo todo en su corta vida. Hijo de padres banqueros, después de algunos remilgos su padre lo acompañó en la idea de convertirse en músico profesional, y para ello Félix no se demoró nada: a los 17 años había compuesto la obertura para el drama shakespeareano Sueño de una Noche de Verano y a los 23 era conocido en todas las grandes capitales europeas como concertista, director y compositor. Más tarde, casará felizmente para toda la vida (sólo serán once años, lamentablemente) con la muchacha más bella, culta, y piadosa de Frankfurt.

En casa de Goethe
Muy joven, ya todo iba de maravillas para Félix. Su maestro Carl Friedrich Zelter, amigo del poeta Goethe y de algún modo su asistente en el arte de la música, lo introdujo en la casa del vate en 1821. Félix contaba doce años y Zelter con un gran historial de vetos a músicos que le enviaban al poeta sus poemas musicalizados solicitándole su venia y apoyo moral.

Pero no fue el caso de Mendelssohn. El vate quedó encantado con ese huésped tan brillante y tan joven. En noviembre de ese año, el pequeño Félix escribe a sus padres: "Hago más música aquí que en casa. Cada día después de cenar, Goethe abre el piano y me dice: Todavía no te he oído hoy, haz un poco de ruido para mí".
No obstante la diferencia de edad, la relación de Mendelssohn con Goethe va a durar hasta la muerte de éste, en 1832. Entretanto, Félix va a musicalizar varios de sus poemas, suerte que no corrieron ni Schubert, ni Beethoven ni Berlioz. Amén de implacable, el asistente Zelter no tenía buen ojo.

Rondó Capriccioso opus 14
El Rondó Capriccioso es una obra para piano compuesta alrededor de 1827 (es decir, a los dieciocho años). La pieza ha sido muy alabada por sus bellos trozos románticos aunque parece estar construida sobre la brillantez, para el lucimiento del intérprete. Las vigorosas octavas del final son muestra de ello y por eso hoy es interpretada casi exclusivamente en concursos y certámenes de piano, para calibrar el virtuosismo del intérprete.

Por lo mismo, resulta toda una novedad encontrarse con esta versión del pianista chileno Claudio Arrau, muy joven, en un estudio de televisión o radio, probablemente en Estados Unidos. No tenemos más datos sobre la grabación. Solo cabe imaginar algunas cosas: que Arrau tendrá unos treinta y cinco años; que la grabación puede haber estado dañada y se hicieron algunos cortes. Aún así, vale absolutamente la pena. Es impactante ver la serenidad de Arrau al final de la pieza. A diferencia de algunos de sus colegas, nada indica en él que su entrega haya comportado una esfuerzo sobrehumano que lo transportó a un mundo etéreo desde donde deba regresar, penosamente, al mundo físico que compartimos todos.


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