La formación que Leopold Mozart impuso a sus talentosos hijos incluía el violín y el clavicémbalo, de modo que Wolfgang pudo hacer un uso profesional de su habilidad en ambos instrumentos cuando se trasladó definitivamente a Viena y abandonó la esfera de influencia de su padre. Sin duda, en su madurez prefirió el teclado como principal vehículo de virtuosismo. Pero durante los primeros años, cuando aún era concertino en la orquesta de la corte del arzobispo Colloredo de Salzburgo, tocar el violín era una de sus obligaciones.
"No tienes ni idea de lo bien que tocas el violín, si tan sólo te hicieras justicia a ti mismo y tocaras con audacia, espíritu y fuego, como si fueras el primer violinista de Europa". Así le escribió Leopold a Wolfgang en octubre de 1777. Quizá fue ésta, la constante presión paterna, lo que hizo que Wolfgang acabara abandonando el violín como instrumento solista.
Hasta cierto punto, todavía se asemejan a los conciertos barrocos, con un ritornello de toda la orquesta que se repite, como los pilares de un puente para anclar las secciones solistas.
Los tres últimos conciertos, compuestos en el último cuatrimestre de 1775, tienen un marcado parentesco, con movimientos lentos luminosos en la tonalidad dominante (en lugar de la subdominante, más común) y un final en el estilo rondó francés. Al día de hoy, llevan largo tiempo como piezas fundamentales del repertorio. De entre ellos, sobresale notoriamente el que lleva el número cuatro.
Concierto para violín No 4 en Re mayor, K. 218
La violinista alemana (y también pianista) Julia Fischer, es acompañada por la London Philharmonic Orchestra dirigida por Thomas Søndergård.
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