viernes, 26 de octubre de 2018

Beethoven: Octava Sinfonía


El año 1812 marcó el final de la gloria de Napoleón y el inicio de su caída. Tras una invasión fulgurante había derrotado a los rusos y llegado hasta Moscú, pero la victoria fue efímera. No pudo con la técnica militar de "tierra arrasada". Luego de incendiar Moscú, los rusos se sentaron a esperar (es un decir) a que Napoleón iniciara el repliegue. Durante la retirada, el poderoso ejército napoleónico fue aniquilado en Vilna.
Mientras se gestaba el inicio del fin para su ídolo de otro tiempo, Beethoven viajó a Teplice para conocer a otro ídolo, el venerado y gran poeta Goethe. Estaba invitado. No fue una invasión. Pero los resultados fueron, a su turno, también desastrosos. Beethoven se encontró, en su opinión, con un cortesano envejecido que no era un colega demócrata ni menos un agitador, quizá un diletante. Al poeta, por su parte, si bien le impresionó la personalidad de Beethoven, le disgustaron profundamente sus toscos modales.


Todo fue una gran desilusión. Sin embargo, no impidió que ahí mismo, en Teplice, el maestro de modales gruesos comenzara a delinear los primeros bocetos de la Sinfonía No 8.

Sinfonía Nº 8, en Fa mayor, Op. 93
La completó en Linz el otoño de ese mismo año. Fue escrita "en simultaneidad" con la Sinfonía No 7, es decir, cuando la comenzó ya había comenzado la Séptima, que quedó para más tarde. Según parece, la Octava funcionó como válvula de escape para los problemas compositivos que le presentaba la Séptima. Los estudiosos coinciden en señalar que la escritura de la Octava Sinfonía fue para el maestro una labor carente de dificultades, casi un divertimento, lo que habría quedado reflejado de modo prístino en el carácter general de la obra.

Una obra "risueña"
Efectivamente, en comparación con la Tercera, la Quinta, y desde luego la Séptima, la Sinfonía No 8 ha sido calificada de "benigna", o "inofensiva", por críticos acerbos. Otros la han descrito, entre bromas, como "la última sinfonía de Haydn".
Lo cierto es que Beethoven adoptó esta vez un esquema jovial, desenvuelto. Prescindió del tiempo lento y en su lugar redactó dos scherzos, el primero de ellos una parodia del cronómetro musical, de reciente aparición, el artefacto que hoy conocemos como metrónomo. Y si se trata de hacer comparaciones, resulta acertado afirmar que desde tiempos de Haydn no se había escrito una resolución más divertida a una sinfonía que la que ofrece el allegro vivace con que finaliza la obra.

Pero como no siempre llueve a gusto de todos, un artículo crítico de 1827 se aventuró a señalar que la obra dependía "por completo del movimiento final, destinado a conseguir aplausos a como dé lugar; el resto es excéntrico sin conseguir entretener, y laborioso sin que se vean resultados".
Mal momento para crítica tan agria: el maestro morirá ese mismo año.

Estreno
La obra, sin dedicatoria, y con menos de media hora de extensión, tuvo su estreno el 27 de febrero de 1814 en la Redoutensaal de Viena, con la conducción de Beethoven. Las impresiones del público tampoco fueron muy entusiastas: el programa incluía la Séptima como obra de cartel.
Sir George Grove, fundador del diccionario que hasta hoy lleva su nombre, relató:
No fue bien recibida. Mucho más aplaudida fue la Séptima, lo que desconcertó a Beethoven. Pero se lo tomó con filosofía: "esto es porque es mucho mejor que la otra", observó.
Movimientos:
00:00  Allegro vivace e con brio
10:50  Allegretto scherzando
15:02  Tempo di menuetto
20:14  Allegro vivace

Daniel Barenboim dirige la West-Eastern Divan Orchestra, creación del conductor, formada por músicos palestinos, árabes e israelíes, durante los BBC Proms 2012.


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