viernes, 7 de septiembre de 2018

Igor Stravinski: Tango, para piano


Poco después de que el maestro ruso Igor Stravinski abandonara Europa en 1939 para instalarse en la soleada y atrevida California, comenzó a experimentar problemas financieros. Los derechos de autor que, hasta entonces, le habían asegurado ingresos regulares en Francia, no estaban disponibles en este prometedor nuevo mundo. Responsabilizó de ello, por negligencia, a su ex partner Sergei Diaghilev, con quien había conocido éxito y fama en París luego de los estrenos de El Pájaro de Fuego y La Consagración de la Primavera. Enfrentado a la incertidumbre financiera, Stravinski escribió varias obras breves con la intención manifiesta de hacer un poco de dinero. El Tango, para piano, es una de ellas.


Dos años atrás el maestro había perdido a su hija mayor, de tuberculosis. Al año siguiente, meses antes del comienzo de la Segunda Guerra, fallecieron su esposa y luego su madre. Pero el maestro no se demoró mucho en rehacerse. A comienzos de 1940, al poco tiempo de dictar unas célebres conferencias en la Universidad de Harvard, casó con la ex bailarina rusa Vera de Bosset, con quien había mantenido una relación paralela durante unos buenos años. Poco después, Stravinski y su nueva esposa se hallaban instalados en Hollywood. La guerra seguía su curso en el viejo mundo. Al final del conflicto, ambos tomaron la ciudadanía americana.

Tango, para piano
Aunque algo libre rítmicamente, la atmósfera propia de la danza es inconfundible en sus tres minutos de extensión. Una pieza liviana pero encantadora, que no esconde la levedad de su génesis. Como el consumado pianista que era, Stravinski habrá maravillado a las audiencias. Pero dio un paso más allá. Buscando el máximo retorno, se esforzó por transcribirla a diferentes combinaciones orquestales, incluida la banda de jazz. Finalmente, remató con dos arreglos para orquesta de cámara, y uno para violín y piano.

La versión es de la pianista israelí Einav Yarden.


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